nos comunicábamos clarito en lenguas.
“San Pablo había destacado la multiplicidad y variedad de los carismas en la Iglesia primitiva[;] algunos extraordinarios[,] como el don de realizar curaciones, el don de profecía o el don de lenguas[;] otros más sencillos, concedidos para el cumplimiento ordinario de las tareas encomendadas en la comunidad”. (Juan Pablo II, 1994)